Escribir como ejercicio. Como eso que es actividad y producto, escribir escribiendo. Como esos viajes en los que uno tiene solo el pasaje de ida, algunas cosas en la mochila y nada más, sin mapas, sin reservas, sin plazos.

Podría escribir sobre los ojos llenos de lágrimas de esa amiga que se alegró por mí cuando le conté un secreto, pero no quiero compartir esa escena, es un tesoro que guardo en mi retina; siempre fui egoísta, ya lo sabemos.

Podría escribir sobre esa otra amiga que me grabó un audio mientras caminaba al lado del mar y había visto dos delfines y un tiburoncito y “pensé en vos y te grabo esto”. Pero tendría que explicar quién es ella y quién soy yo en relación con ella y quienes fuimos.

Podría escribir sobre la conversación con el dueño de una librería chiquita que me cuenta que las ventas han repuntado un poquito el día de la madre, que la seguimos peleando, que sabíamos que iba a ser duro pero no tanto, pero somos cabeza dura. Pero no quiero enojarme con los que han decidido este presente.

Podría escribir sobre la escena de la niñez que recuerda mi hermano en el almuerzo del domingo. Se acuerda de que teníamos un disco de la pantera rosa que era de color rosa, que tenía una canción que iba acelerando el ritmo hasta que no se entendía nada de lo que decía, que poníamos esa canción en el tocadiscos y nosotros corríamos alrededor de la mesa del comedor cada vez más rápido hasta que alguno se caía de la risa o por torpeza. Teníamos seis o siete años. Pero los recuerdos de infancia siempre me ponen triste, será porque uno sabe que ahí nunca va a volver.

Entonces, me viene a la cabeza eso de los recuerdos encubridores de Freud. El hombre planteaba que algunos recuerdos son encubridores, es decir, un mecanismo de la mente que desvía la atención de aquello que realmente no queremos o no podemos recordar ocultándolo y en su lugar mostrándonos escenas mnémicas que no nos hieren. Es decir, nosotros salvándonos de nuestros propios recuerdos.

¿Qué será eso que quiero escribir y no puedo? ¿Qué será eso que quiere salir y se ha quedado ahí escondido, detrás de unas escenas de amigas, vendedores de libros y un correteo de la infancia? Escribir no es para cobardes. El escribir y sus consecuencias pueden ser perversos con quien escribe. Uno escribe siempre al borde del precipicio que es uno mismo, uno escribe siempre sabiendo que va a asesinar su propia inocencia, uno escribe porque necesita saber qué hay dentro de uno.

-Ariel Ingas

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